Si se le pincha una rueda a su coche, ¿levantaría las manos, daría una patada al lateral del coche y le gritaría a la rueda por estar pinchada? Lo creas o no, tu reacción está relacionada con la forma en que seguimos pensando en las evaluaciones de los alumnos hoy en día. 

La esperanza es que te enfrentes a esa situación de cansancio haciendo una pausa, evaluando el problema y actuando en consecuencia. Este es el enfoque que adopté cuando era profesor de idiomas en un instituto de Nueva Jersey. Teníamos un examen estandarizado llamado High School Proficiency Assessment (HSPA) que administrábamos a los estudiantes de tercer año como parte de sus requisitos de graduación. Podría haberme enfadado por el peso que tenía la HSPA en el futuro de mis alumnos. En lugar de ello, empecé a pensar en cómo podía reformular y replantear esta prueba tan intimidante para que los alumnos la percibieran como un punto de partida: algo que podría apoyar su viaje más allá de la escuela secundaria en lugar de una obligación que tenían que pasar. 

Por ejemplo, el tema de la HSPA, que pedía una redacción imaginativa de tres párrafos basada en... ¡lo has adivinado! - una imagen. En lugar de proporcionar una imagen elegida por mí, di a los alumnos autonomía para elegir una de sus teléfonos móviles. Este método permitió un diálogo abierto y rico entre mis alumnos y yo. Mediante esta acción relativamente sencilla de seleccionar una imagen, los alumnos podían explicar el porqué de sus elecciones.

Después de ese paso, desafié a mis alumnos a que se explicaran a sí mismos. Juntos, desarrollamos ganchos dinámicos para atraer a la audiencia como si se tratara de una solicitud de empleo; mis alumnos tomaron sus rasgos más valiosos y los convirtieron en el tipo de frases que podrían aparecer en sus futuros currículos. Al hacerlo, no sólo abordamos el plan de estudios, sino que cubrimos una habilidad más crítica de la que mis alumnos se apropiaron. Escribir estos ganchos les ayudó a comunicar sus puntos fuertes de una manera que podría beneficiarles más adelante en la vida.

Por último, nos pusimos en parejas para contar por turnos nuestras historias y practicar la escucha activa. Los estudiantes no sólo tuvieron la oportunidad de expresar sus experiencias ante un público más amplio, sino que también pudieron dar y recibir comentarios. En conjunto, todos estos pasos cambiaron el enfoque hacia el viaje, en lugar de hacia la prueba. Además, me permitieron trabajar para dotar a los estudiantes de las habilidades y la mentalidad que necesitarían para navegar por nuestro mundo cambiante.

¿El resultado final? Mis alumnos alcanzaron un 92% de competencia en la HSPA. Aunque esta puntuación fue una victoria, la experiencia más gratificante fue verlos crecer a través del aprendizaje guiado. Nos centramos en habilidades interpersonales como la comunicación, la escucha activa y el pensamiento crítico: habilidades que llevan consigo más allá del examen.

Pero volvamos a la metáfora del pinchazo por un segundo. ¿Qué pasa si le gritas al problema con la esperanza de que se arregle por sí solo? Nada: te quedarás en el arcén, atrapado. Y ese es mi temor con respecto a cómo muchos educadores manejan las evaluaciones. Evaluamos de la misma manera que lo hemos hecho durante el último siglo, pero esperamos obtener resultados diferentes. Valoramos el resultado final -el examen en sí- más que las lecciones que los estudiantes aprenden en el camino hacia ese destino, y así nunca movemos la aguja en términos de verdadero compromiso de los estudiantes. Estamos atrapados, por así decirlo.

Alvin Toffler, futurista y autor de Future Shock, lo expresó mejor cuando señaló que "los analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer y escribir, sino los que no puedan aprender, desaprender y volver a aprender". Deberíamos dar prioridad a los pasos incrementales durante el viaje, donde los estudiantes se inspiran para convertirse en arquitectos de su propio desarrollo instructivo. Sin embargo, seguimos aferrándonos a los exámenes sumativos y estandarizados como mecanismo y evaluador final para medir la responsabilidad, las habilidades y las lagunas en el aprendizaje. 

Demos un paso atrás. Bajemos la voz cuando veamos ese neumático pinchado. Evaluemos la situación con honestidad. No olvidemos que el aprendizaje es una aventura que dura toda la vida. Va más allá de cualquier evaluación. Es un viaje, no un destino. Para aprovecharlo al máximo, debemos invertir en tecnología educativa que combine la instrucción y la evaluación para que todos los participantes -dirigentes del distrito, profesores y alumnos- tengan la libertad de aprender, desaprender y volver a aprender. Centrarse en el viaje.